La guerrera sin escudo III

La guerrera sin escudo III

Antonio cree que sabe bien quien es, se deja seducir por la moda del momento, ve lo externo,  opina de lo que no sabe y tampoco investiga, se enoja, grita, discute. Aún no maltrata físicamente a su novia.
 
Ella un día, sin previo aviso, le dice que se terminó.
Él se va dando un portazo.
¿Quién se habrá creído ésa que es?, se pregunta.
A los días, el hermano menor de Antonio llama a la novia.
Antonio está en cama, enfermo . . . lo viven como una amenaza.
 
Ella acude, se arregla de la mejor manera, para darse ánimos. Quiere mantenerse en su decisión, no quiere volver, solo convencerlo de que se reponga.Él llora, suplica, promete . . . y ella cede sin ganas, poco convencida, aunque algo la divide en su interior, pues necesita creer que es importante para alguien.
 
Cuando enfrenta a sus familiares y amigos, siente vergüenza al comunicar que decidió volver.
 
En dos meses conviven. Y todo va como podía esperarse. Antonio dicta las normas y su pareja acata algunas, otras son tema de discusiones, llantos y amenazas. Cada vez están más aislados, nadie los visita. Ella ha perdido a sus amigos en medio de tantas escenas y casi siempre rechaza las invitaciones con excusas que nadie cree. Él ahora sale y toma clases de teatro,  ella lo impulsó a hacerlo, así tiene esas horas para sí misma, en silencio. Y de paso sueña que ella tendrá iguales oportunidades.
 
Antonio continuó con su trabajo habitual, y ella cambió a otro más exigente en  cuanto a cargo y horario . Además posee las tareas de la casa en uno de sus días libres, y ese es su espacio de paz. Mientras él mira televisión o sale a hacer deporte. No se reparten las tareas, pues allí hay alguien a quien servir, admirar y contemplar.

 
 
Ante el último escándalo, ahora a solas, ella decide dejarlo. Pues en un momento de lucidez, supo que será capaz de cualquier cosa con tal de liberarse.Y otra vez equivoca los pasos a seguir.
Le avisa, lo habla, intenta convencerlo. Y otra vez lo mismo, el llanto, las súplicas, las promesas . . .  ella esta vez aplaza la partida en días. Porque no quiere irse y dejarlo tan mal, porque le da lástima, porque lo cree enfermo, por culpa . . .
 
Por fin Antonio parece calmado, como si hubiera aceptado la decisión. Ya no hace escenas, y hoy la esperó con algo para cenar. Ella llegó como siempre, tarde y cansada. Se alegra,  por su cambio, y se lo dice, pues es la manera de marcharse en paz, sabiendo que él comprendió.
 
Lo que no sabe es que ella nunca se marchará de allí. Al terminar la cena, comienza a sentirse mal, muy mal… sus ojos no enfocan bien…y solo oye la  voz de Antonio que le dice: “Si puedes, ve hasta el consultorio médico más cercano, el veneno no tardará en hacer efecto.”
 
   
 
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