El encuentro

El encuentro

Mi vida acababa de comenzar una vez más. Terminaba una relación amorosa con un hombre 18 años mayor, con el cual había jugado a ser la señora de la casa, a dejarme mantener y a ser el elemento decorativo en su vida. Así, mi vida profesional había quedado  abandonada un poco por comodidad y otro poco por sus celos. Con mis 40 años me sentía joven y fuerte como para comenzar un nuevo ciclo.

Mis estudios de siempre, habían dado lugar a un programa nocturno en una emisora de radio. Sin ser periodista fui convocada para contar algunas historias, cosa que se me daba muy bien. Mi trabajo independiente me permitía vivir sola por primera vez. Me sentía en plenitud y con deseos de conocer nuevas personas. Asistía a reuniones y fiestas con total libertad, cosa que hacía mucho no experimentaba.

Una noche, al salir de la emisora, el frío y la lluvia conspiraron. Otra mujer en pelea con su paraguas, había dejado caer algunas carpetas a la acera mojada. Presurosa, acudí en su ayuda, y juntas y húmedas terminamos riendo de la situación. Alicia era muy graciosa, y me invitó a un café riendo y diciendo que podríamos tomarlo como nuestra primera cita. Y las risas de ambas resonaron en la calle vacía.

En la confitería nos contamos una parte de la vida. Supe que poseía una pequeña empresa y se mostró  sorprendida al conocer mi dedicación, pues era justo lo que estaba buscando para poner orden a algunos desajustes del personal. Sentí que era el mejor momento de mi vida, que las oportunidades venían a mi encuentro y que era valorada por mis atributos.

Cumplí con Alicia con pequeños artículos los cuales agradeció no solo con el pago sino con presentes y halagos verbales que tanto bien nos hace escuchar.

Mi vida seguía adelante, estaba segura de lo que hacía profesionalmente y deseaba ampliar mis horizontes, manejaba la idea de no quedarme en el país. Había una propuesta interesante de una cercana ciudad y en alguna de las charlas con Alicia, lo mencioné al pasar, pues vislumbraba su interés de que tuviera un mayor compromiso para con su empresa. De momento no estaba en mí ceder a ese requerimiento. Y ella, con una sonrisa, dijo entenderlo y me deseó buena suerte.

La propuesta del  exterior se disolvió misteriosamente. Y pasados dos meses, vuelvo a encontrarme con Alicia en uno de los bares que siempre he frecuentado. Se mostró alegre y sorprendida de verme y en unos pocos minutos ya me había contratado nuevamente. Creí que no perdía nada con aceptar, pues  el horario era flexible, por lo cual podría seguir con mi actividad independiente y la emisora. Todo parecía re ordenarse nuevamente en mi vida. Seguro ya aparecería algún otro llamado del exterior.

El trabajo propuesto por Alicia comenzó a tener una tónica diferente a la que había comprendido, y yo lo atribuí a que debía de estar un poco oxidada respecto a los requerimientos de una empresa. Justifiqué el hecho pensando que la comodidad de un hogar y la falta de fogueo con los lineamientos empresariales, me habían llevado a no comprender cabalmente el desafío.

Alicia siempre se mostró muy solícita y pendiente como para proporcionarme lo que necesitaba. Y comencé en ese nuevo desarrollo. Pasado un mes, las reuniones empezaron a distanciarse, pero no así sus llamadas telefónicas que  aparecían en horarios que muchas veces obstaculizaban mis clases de danza y otras actividades privadas. Pensé en conversarlo y me armé de una estrategia, un discurso que me permitiera poner unos límites con que proteger lo que ya teníamos. Quedamos en encontrarnos en el bar de siempre. Ese día no pudo concurrir, pues su padre tenía un problema muy grave de salud.

La reunión quedó pospuesta y también la postura de límites. Llegado el fin de semana, y como casi todos los sábados concurrí a la  empresa a fin de entregar mi tarea y Alicia no estaba. Tampoco dio señales por esos días, no contestando el teléfono. Pensé que su papá se había agravado. El viernes siguiente apareció haciendo una llamada urgente, pues tenía algo que solucionar, su ausencia en la empresa había dado lugar a un problema que requería de rápida intervención y por ello me lo confiaba. Para mí representaba un dinero extra y puse manos a la obra, aunque me perdía mi fin de semana. La información me la brindaría una de sus empleadas en la oficina central, donde debía concurrir en persona, ya que querían resguardar los datos.

Ese viernes, y corriendo contra el tiempo y el tráfico de la ciudad llegué a la oficina a las 17 horas. Allí  encontré una recepcionista con cara de pocos amigos, la cual no tenía intención alguna de brindarme los datos requeridos. Estaba próxima la hora del cierre y decidí llamar a Alicia, que no contestaba las llamadas y cuando lo hizo no fue con muy buen talante. La recepcionista recibió un mensaje y me entregó una carpeta. Ya eran las 19 horas y otra vez había perdido mi clase de danza.

Contrariada con la situación llegué a mi casa y destapé el vino que tanto me gusta. Un poco más relajada, comencé a ojear la carpeta que me habían entregado, dispuesta a comenzar  el informe y ganar tiempo, así podría tener  algún tiempo libre ese fin de semana. Mi sorpresa fue grande cuando observé magros datos con los cuales confeccionar un informe y posterior proyecto. Esa tarea la realicé al menos cinco veces más. Pues cada vez que lo entregaba vía email era desaprobada o rechazada por defectos que yo ignoraba o por falta de datos. Los días transcurrieron y la comunicación permaneció solo por esa vía.

Mi forma de ser, me impedía retirarme sin terminar una tarea para la que me había comprometido. Ya no me interesaba el pago, lo único que deseaba era liberarme. Y pensé en tomar distancia, de esa pseudo relación que iba y venía y me causaba pérdidas emocionales y pocos ingresos  económicos. Pero las cosas no estaban tan fáciles.

Un día cualquiera encontré a Alicia donde siempre,  y con mala cara me dijo que estábamos en problemas, que no comprendía cómo podía existir gente tan mala y casi con lágrimas en los ojos me relató lo ocurrido. Una charla que habíamos dado juntas había generado toda suerte de malestares con un empleado de la empresa, que la había denunciado por acoso. No podía comprender cuáles eran las razones esgrimidas, pues no recordaba ningún incidente en esa reunión. Me sentí entre apenada y culpable por la situación que se había generado y que no lograba comprender en profundidad. Traje a mi memoria el discurso y los ejemplos utilizados, pero no tenía nada claro.

Intenté saber qué había pasado con la denuncia pero recibí siempre respuestas esquivas de Alicia, que con un aire de superioridad decía que debíamos ocuparnos de lo importante. Me sentía en inferioridad de condiciones al no tener claro los hechos y las consecuencias. Había muchos puntos sueltos como para que desconfiara, dudaba de hechos y circunstancias confusas, pero aún permanecía allí, formando parte o creyendo que formaba parte de algo.

Había comenzado a salir con Pedro, y decidí tomarme un fin de semana otoñal en la playa. Quería despejarme de tantos inconvenientes y darme una nueva chance de vida afectiva. Esa noche aprontaba mi bolso de viaje, cuando me interrumpió una llamada de Alicia. Como siempre era urgente, debíamos dar respuesta a una gran oportunidad. Le contesté que lo veíamos el lunes, a mi regreso, pues no estaría en la ciudad.

Temprano de la mañana, salimos con Pedro camino a nuestro fin de semana de playa. No habíamos recorrido ni tres kilómetros, cuando mi teléfono celular comenzó a sonar en forma insistente. Los mensajes de Alicia me hacían saber de lo triste que se encontraba por tener que molestarme pero el tema así lo ameritaba. La reunión para la gran oportunidad sería ese mismo sábado.  Decidí apagar el teléfono. Pero la culpa, no dejó de perseguirme hasta el mediodía, me distraía del objetivo primordial del fin de semana.  A este nuevo inconveniente se sumaba la denuncia del empleado ofuscado. Tranzando conmigo y con Pedro, decidí hacer una última llamada mientras se enfriaba el plato del almuerzo. Fue caótico. Estuve más de media hora tratando de imponer mi punto de vista, que era rechazado y boicoteado por las razones de Alicia.

Como pude, me repuse de la situación, tratando de disfrutar lo que quedaba del fin de semana. Apagué el móvil y no lo volvería a encender hasta el lunes siguiente. Todo empezó a ordenarse.

A mi regreso, la noticia fue que no habría reunión. Se había esfumado la gran oportunidad. Rabia, confusión y culpa se apoderaron de mí y una vez más no había señales de Alicia.

El trabajo no mejoró, siempre debía luchar para que me entregaran los datos necesarios. Y a la falta o retaceo de información  se sumaba el trato inexistente o  distante de Alicia. Yo no podía comprender qué sucedía.

Ese martes, decidí no perder más tiempo. Me tiré de la cama y faltando a mi clase pautada, me dirigí a la oficina central. Encontré a una señora, auxiliar de servicio que ya había visto en otras oportunidades y sin más le pregunté por Alicia. Me dijo que en esa época del año, siempre estaba de vacaciones en un determinado lugar. Puse mi mejor cara para decir que me alegraba de que todo se hubiera solucionado con su papá como para que pudiera viajar, agregué que se lo merecía por ser tan luchadora , una mujer como pocas, encantadora y servicial. La  señora me miró y con rostro  sorprendido  me  dijo que ella había ido al sepelio del papá de Alicia, no recordaba bien si hacía cuatro o cinco años. Dije una disculpa tonta y entré rápidamente a la oficina sabiendo que no tenía mucho tiempo.

Busqué en todo lo que me fue posible información sobre Alicia, buscaba indicios que me informaran quien era mi supuesta amiga y jefe. Ya hasta desconfiaba de su nombre. No había ningún dato a la vista, ni dirección ni teléfono fijo, pero un sobre me llamó la atención y me guardé ese dato.

Ese mismo día, regresé a la oficina en el horario que usualmente es de mi clase de danza, a fin de poder interrogar a alguna otra persona. Las respuestas que obtuve coincidieron con las de la auxiliar de servicio. Muy rápidamente me dirigí a la dirección que había encontrado y pregunté por ella, haciéndome pasar por un inspector de Hacienda. La persona que me atendió llamó a su esposo  y juntos contaron cómo habían trabajado para  Alicia y cómo habían sido estafados en su buena fe, al punto de casi perder no solo la tranquilidad y salud sino también su casa. Horrorizada, y casi sin poder disimularlo me subí a mi auto y conduje sin pensar por casi quince minutos.

Cuando estuve más calmada, pensé en aquellas pobres personas, que como yo habían caído en unas redes oscuras y ponzoñosas. Pero, la duda volvió a asaltarme. Alicia me había contado algo de lo que estaba muy apenada, pues un matrimonio conocido de hacía muchos años le había entablado una demanda. Mi cabeza estaba confusa. Esa noche no pude dormir, y volví a planificar.

Al otro día, me puse mi mejor vestido, unos zapatos altísimos y un sombrero , y simulando algo de su personalidad me dirigí a una gran empresa. Alicia alardeaba de ser muy amiga del dueño. Me presenté con su nombre a la recepcionista. Hizo una llamada y al minuto, un guardia de seguridad me informó que  tenía la entrada prohibida, por tanto me invitaba a retirarme. Con vergüenza ajena, me dirigí hacia el ascensor, fui escoltada por el guardia hasta la calle.

No bien llegué a mi casa, embalé lo necesario y llamé a mi amigo Pedro. Le pedí me trasladara una pequeña mudanza a una ciudad a 500 kilómetros. Allí me esperaba una vieja amiga del colegio, pasaría una temporada con ella. En la tarde, pauté con la emisora hacer el programa a distancia. Mi trabajo independiente quedaba momentáneamente  pausado.

Muy temprano, en la mañana siguiente, me dirigí a la empresa de Alicia, la auxiliar de servicio nada desconfió, estaba acostumbrada a verme muy temprano en algunos días. Guardé todo el material que poseía en la empresa en una bolsa de residuos. Guardé y borré de la computadora central todos y cada uno de mis trabajos, tanto los que ya me habían pago como los que aún estaban pendientes. Busqué mis datos personales y también borré todo lo que creí pudiera involucrarme. Apagué todo y me fui.